Para que la antropología sea relevante para acabar con el horror del racismo hoy en día, debemos ser capaces de responder a estas dos preguntas desesperadamente urgentes: (1) ¿Cuál es la causa del racismo? y (2) ¿Cómo puede eliminarse completamente de las relaciones sociales humanas? En más de 30 años de cuidadoso estudio, he visto que el Realismo Estético, la filosofía fundada por el gran educador Eli Siegel (1902-1978), responde a estas preguntas críticas. Para acabar con el racismo es necesario comprender el lugar que ocupa el desprecio en la mente humana. El desprecio, definido por Eli Siegel como la «disposición en toda persona a pensar que será para sí misma haciendo menos al mundo exterior», es su causa fundamental (véase El yo y el mundo, 1981, pp. 1, 15). El desprecio es lo que Ashley Montagu describe en Man: His First Two Million Years cuando escribe: «Muchas tribus se llaman a sí mismas con nombres que significan, en efecto, «nosotros somos hombres», dando a entender que todos los demás no lo son» (1969, p. 182). El desprecio ha impulsado a las personas sin que puedan identificarlo ni combatirlo. El racismo en sí mismo es un desprecio por el mundo que toma la forma de desprecio por las personas diferentes a uno mismo. No hay nada más importante para un antropólogo -una persona cuya carrera defiende la justicia de la diferencia cultural- que asegurarse de que utilizamos todos nuestros recursos para acabar con esa forma brutal, injusta y asesina de ver a la gente que es el racismo. El realismo estético proporciona los medios. Por eso, es más necesario que nunca que los antropólogos lo estudien.