Constitucionalismo

Constitucionalismo político: del gobierno mixto a la democracia representativa

La teoría del gobierno mixto tiene su origen en el pensamiento antiguo y en la clasificación de los sistemas políticos en función de si gobierna uno, unos pocos o muchos. Según esta teoría, los tres tipos básicos de gobierno -monarquía, aristocracia y democracia- podían degenerar en tiranía, oligarquía y anarquía, respectivamente. Esta corrupción provenía de la concentración del poder en manos de una sola persona o grupo, lo que creaba la tentación de su abuso al permitir un gobierno arbitrario. La solución era asegurar la moderación y la proporción combinando o mezclando varios tipos. Como resultado, las virtudes de cada forma de gobierno, es decir, un ejecutivo fuerte, la participación de los elementos «mejores» de la sociedad y la legitimidad popular, teóricamente podrían obtenerse sin los vicios correspondientes.

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Tres elementos subyacen a esta teoría clásica del gobierno mixto. En primer lugar, el poder arbitrario se definía como la capacidad de un individuo o grupo de dominar a otro, es decir, de poseer la capacidad de gobernarlo sin consultar sus intereses. Ser dominado de tal manera arbitraria era quedar reducido a la condición de un esclavo que debe actuar como su amo quiere. La superación de la arbitrariedad así concebida requiere que exista una condición de igualdad política entre todos los ciudadanos libres. Sólo entonces ninguna persona o grupo podrá pensar o actuar como amo de los demás. En segundo lugar, el medio para minimizar esa dominación era asegurar que nadie pudiera gobernar sin el apoyo de al menos otro individuo o cuerpo. El objetivo era mezclar de tal manera las clases sociales y las facciones en la toma de decisiones para asegurar que sus intereses fueran considerados por igual, y que cada uno se viera obligado a «escuchar a la otra parte». Citando otro lema republicano, «El precio de la libertad es la eterna vigilancia», con cada grupo vigilando a los demás para asegurarse de que ninguno de ellos dominara a los demás ignorando sus preocupaciones. En tercer lugar, el equilibrio a alcanzar era uno que aspiraba a armonizar los diferentes intereses sociales y a mantener la estabilidad de la política, evitando en lo posible la inevitable degeneración en una de las formas corruptas de gobierno.

Así, el gobierno mixto proporciona un modelo de constitucionalismo según las instituciones que estructuran la forma de tomar decisiones. Aunque se pueden encontrar elementos de la teoría en la Política de Aristóteles, el locus classicus es el Libro VI de las Historias de Polibio. En él se subraya que su objetivo principal es proporcionar mecanismos para que ningún individuo, organismo o grupo pueda gobernar en solitario, frenando así el descenso a la tiranía, la oligarquía o la anarquía. Polibio consideraba que la constitución republicana de la antigua Roma ejemplificaba esta teoría. Así, los cónsules (la más alta de las magistraturas ordinarias de la antigua República romana) proporcionaban el elemento monárquico, el Senado el aristocrático, mientras que el elemento popular estaba representado por los Tribunos del Pueblo, el Consejo Plebeyo y los poderes electoral, judicial y legislativo que el pueblo podía ejercer directamente. Como señaló, la característica clave del gobierno republicano romano era que cada uno de estos tres grupos ejercía poderes ligeramente diferentes, pero requería la cooperación de los demás para hacerlo. Así, los cónsules podían ejercer poderes bélicos, pero necesitaban que el Senado aprobara a los generales, los recompensara y proporcionara los fondos necesarios, mientras que el pueblo aprobaba los tratados y podía juzgar a los altos funcionarios y a los generales por mala conducta. Mientras tanto, las funciones más ejecutivas y con mayor discreción se veían aún más debilitadas por el hecho de que su poder se compartía entre varios titulares y dependía de las elecciones y de su corta duración. Así, había dos cónsules, cada uno de los cuales podía vetar las decisiones del otro; 10 tribunos con poderes compensatorios similares; y así sucesivamente, sin que ninguno pudiera ocupar el cargo durante más de un año.

La necesidad resultante de que los diferentes grupos trabajaran juntos se resumía en el lema Senatus Populusque Romanus («El Senado y el pueblo romano», frecuentemente abreviado como SPQR). En realidad, sin embargo, su relación distaba mucho de ser armoniosa, predominando en gran medida el elemento patricio, salvo cuando las disputas entre facciones llevaban a un determinado grupo de entre ellos a buscar el apoyo de los plebeyos (la ciudadanía en general). El conflicto entre las clases sociales recibió un mayor énfasis por parte de Nicolás Maquiavelo, que ofreció una versión radical del argumento polibiano en sus Discorsi. Observó que todas las políticas contienen dos clases, los nobles (grandi) y el pueblo (popolo), cuyos deseos entran en conflicto. Sin embargo, afirmaba que su discordia, lejos de ser destructiva, promovía activamente «todas las leyes hechas en favor de la libertad»: cada una de ellas se veía abocada a promover la libertad en virtud de la búsqueda de formas de controlar el poder arbitrario de la otra. Sin embargo, al igual que Polibio, Maquiavelo creía que todos los sistemas acaban por corromperse y degenerar en la tiranía o en la anarquía, y que el equilibrio de poder sólo sirve para evitar este ciclo inevitable.

Los siglos XVII y XVIII aportaron tres cambios principales a la doctrina. El primero, analizado a continuación, fue el desarrollo de la separación de poderes como una variación de la doctrina del gobierno mixto. La teoría del gobierno mixto no implica una clara distinción entre los distintos poderes del Estado. Las tareas ejecutivas, legislativas y, sobre todo, judiciales se repartían entre las distintas clases sociales y eran ejercidas por todos los órganos de gobierno. De hecho, el elemento popular ejercía ciertas funciones legislativas y judiciales directamente a través de plebiscitos y como jurados. El segundo cambio se produjo en el tipo de «equilibrio» que debía alcanzar el gobierno mixto. La teoría clásica tomaba la idea del «cuerpo» político literalmente. Al igual que la salud del cuerpo dependía de una buena constitución física y de una dieta y un modo de vida equilibrados, la salud del sistema político dependía de una buena constitución que lograra un equilibrio «natural» entre los distintos órganos y «humores» del cuerpo político. Como vimos, de acuerdo con este imaginario orgánico, el objetivo era frenar la inevitable degeneración y corrupción del sistema. La balanza era un equilibrio estático, destinado a mantener el statu quo. Sin embargo, en los siglos XVII y XVIII surgió una nueva noción de equilibrio, más dinámica, inspirada en la física newtoniana y basada en la mecánica y las fuerzas físicas. En esta concepción, el equilibrio podía implicar el aprovechamiento de fuerzas opuestas, manteniéndolas en un equilibrio dinámico que combinaba y aumentaba su poder conjunto. El cambio puede verse en la noción de «balanza comercial», que pasó de ser un intercambio igualitario de bienes entre estados a una competencia entre naciones comerciales que fomentaba su productividad e innovación mutuas. En este relato, el «ciclo de la vida», en el que al crecimiento le seguía la decadencia, fue sustituido por la idea de progreso, en la que el cambio y la transformación tenían connotaciones positivas.

El tercer desarrollo se basó en los dos primeros. Se trataba de la idea de que el equilibrio político consistía ahora en la competencia entre el gobierno y una oposición «leal». A medida que los partidos evolucionaban desde simples facciones y redes de patrocinio entre rivales por el cargo hasta máquinas electorales definidas tanto por la ideología y la composición social como por las ambiciones e intereses personales de la clase política, se convirtieron en los órganos de este nuevo tipo de equilibrio. De acuerdo con la antigua teoría del gobierno mixto, una de las virtudes de los partidos era su capacidad para mezclar diferentes clases sociales e intereses y combinarlos en torno a un programa común. De hecho, al igual que la competencia económica llevó a las empresas rivales a competir por el precio, innovar y explorar mercados sin explotar, la competencia electoral llevó a los partidos rivales a competir por la eficiencia y la eficacia de las políticas, a idear nuevas formas de ejecución y a centrarse en áreas que atraen a diferentes sectores del electorado. Esta forma moderna de constitucionalismo político ha demostrado ser constitucional tanto en la forma como en el fondo. La igualdad de votos, la regla de la mayoría y las elecciones competitivas de los partidos ofrecen un mecanismo para sopesar y combinar de forma imparcial y equitativa las opiniones de millones de ciudadanos sobre la naturaleza del bien público. Y al hacer que los políticos rindan cuentas ante el pueblo, les da un incentivo para gobernar de forma no arbitraria que responda a las preocupaciones de las diferentes minorías que forman cualquier mayoría operativa, defendiendo así tanto los derechos como el interés público en lugar de sus propios intereses.

Mientras tanto, el gobierno mixto se ha desarrollado de nuevas formas a través de acuerdos federales y de convocatoria que también buscan garantizar que los diferentes tipos de intereses participen en los procesos de elaboración de políticas y leyes en igualdad de condiciones. Sin embargo, nadie negará que los sistemas de la mayoría de las democracias distan mucho de ser perfectos, y cada vez es más frecuente mirar a otras tradiciones constitucionales para rectificar estos problemas.

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