Philip Kosloski – publicado el 25/02/20
La ceniza tiene una larga tradición en la Iglesia Católica, encontrando sus raíces en el Antiguo Testamento.
El Miércoles de Ceniza en el Rito Romano de la Iglesia Católica se centra, como es lógico, en la imposición de la ceniza a todos los fieles que asisten a la Misa o a un servicio de oración. Esta ceremonia es relativamente breve, pero tiene un rico simbolismo que a veces se olvida.
En primer lugar, las cenizas que se utilizan suelen crearse en la iglesia parroquial mediante la quema de ramas de palma. Estas ramas de palma fueron bendecidas el Domingo de Ramos del año anterior, lo que conecta el comienzo de la Cuaresma con el final de la misma, cuando recordamos la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. El tiempo de penitencia comienza con la crucifixión y termina con la crucifixión.
En segundo lugar, la oración que utiliza el sacerdote para imponer la ceniza en la frente de una persona tiene como objetivo recordarnos nuestra mortalidad y las consecuencias del pecado original de Adán y Eva. La oración, «Recuerda que eres polvo y al polvo volverás», es una cita directa del libro del Génesis, cuando Dios emite su juicio a Adán y Eva después de que comieran del Árbol del Bien y del Mal.
Con el sudor de tu frente comerás el pan,
hasta que vuelvas a la tierra,
de la que fuiste tomado;
porque polvo eres,
y al polvo volverás. (Génesis 3:19)
Adán y Eva son entonces exiliados del Jardín del Edén y no se les permite volver, condenados a una vida mortal.
Además, las cenizas fueron utilizadas por muchos a lo largo del Antiguo Testamento como señal de su arrepentimiento, pidiendo a Dios que tuviera misericordia de ellos. En el libro de Judit, «todos los israelitas, hombres, mujeres y niños que vivían en Jerusalén se postraron ante el templo y esparcieron ceniza sobre sus cabezas, extendiendo su cilicio ante el Señor» (Judit 4:11). Después, «el Señor escuchó su clamor y vio su angustia» (Judit 4:13).
Lo más famoso es que cuando el profeta Jonás predicó en la ciudad de Nínive, «se levantó de su trono, se despojó de su manto, se cubrió de cilicio y se sentó en cenizas» (Jonás 3:6).
Cada vez que el pueblo se rociaba con ceniza, se arrepentía de sus pecados y clamaba a Dios por misericordia, el Señor escuchaba sus gritos y los libraba de la destrucción.
Este simbolismo del arrepentimiento es la razón por la que, en la versión actual del rito romano, las palabras pronunciadas en la imposición de la ceniza pueden ser el mandato de Jesús de «Arrepentíos y creed en el Evangelio.»
San Juan Pablo II también resumió la profundidad del significado detrás de las cenizas.
«Crea en mí un corazón limpio, oh Dios, … no quites de mí tu santo Espíritu». Esta súplica resuena en nuestro corazón, mientras dentro de unos momentos nos acercaremos al altar del Señor para recibir la ceniza en la frente, según una tradición muy antigua. Este acto está lleno de alusiones espirituales y es un importante signo de conversión y renovación interior. Considerado en sí mismo, es un rito litúrgico sencillo, pero muy profundo por su significado penitencial: con él la Iglesia recuerda al hombre, creyente y pecador, su debilidad ante el mal y, sobre todo, su total dependencia de la majestad infinita de Dios.
La ceniza es un símbolo muy rico en la Iglesia católica, que nos conecta con una larga tradición bíblica de clamar a Dios por misericordia, mostrándole nuestra renovación interior con un signo exterior.
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