La rabia está entre los virus más aterradores que se pueden contraer. Según los Centros de Control de Enfermedades, «una vez que aparecen los signos clínicos de la rabia, la enfermedad es casi siempre mortal.» (En serio: se han documentado menos de 10 casos de supervivencia una vez que aparecen los síntomas). Por suerte para nosotros -y para nuestras mascotas-, Louis Pasteur desarrolló una vacuna que puede evitar que las cosas lleguen a ese punto.
La primera vez que se administró la vacuna a un ser humano -en este día de 1885- fue el propio Pasteur. Sabiendo que la enfermedad era mortal en otros casos, tanto el médico como el paciente (o, mejor dicho, la madre del paciente) estaban dispuestos a arriesgarse a cualquier daño que pudiera provocar la inyección, que sólo se había probado en perros.
Según relató TIME en 1939:
Para ese otoño, cuando la Academia de Ciencias de su país reconoció el éxito, «cientos de personas que habían sido mordidas por perros rabiosos acudieron a su laboratorio.»
¿En cuanto a Meister? Acabó trabajando como conserje en el Instituto Pasteur. Allí, según TIME, Meister obsequiaba a los visitantes con historias de su época como paciente del médico pionero: «Siempre veré la buena cara de Pasteur centrada en mí», les decía. Se suicidó en 1940, poco después de que Alemania invadiera Francia, aunque, en contra de un mito muy extendido, no hay pruebas de que lo hiciera porque prefiriera morir a permitir que los nazis entraran en el Instituto.
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