La estenosis espinal lumbar, que afecta a un número cada vez mayor de pacientes, se define mejor como un conjunto de síntomas clínicos que incluyen dolor lumbar, dolor bilateral en las extremidades inferiores, parestesias y otros déficits neurológicos que se producen de forma concomitante con un estrechamiento anatómico de la vía neural a través de la columna vertebral. El estrechamiento puede estar localizado centralmente en el canal espinal o más lateralmente en los recesos laterales o neuroforamina. La estenosis espinal lumbar puede tener una etiología congénita o adquirida, y el origen de la estenosis lumbar adquirida se clasifica como degenerativo, postraumático o iatrogénico. En la estenosis lumbar degenerativa, los cambios anatómicos son el resultado de una cascada de acontecimientos que incluyen la degeneración de los discos intervertebrales, la artrosis de las articulaciones facetarias y la hipertrofia del ligamentum flavum. Las características biomecánicas alteradas del segmento espinal perpetúan un ciclo de cambios degenerativos, y la estenosis resultante produce dolor radicular a través de una combinación de compresión mecánica directa de las raíces nerviosas, restricción de la circulación microvascular y del flujo axoplásmico, y mediadores inflamatorios. El tratamiento inicial de la estenosis espinal lumbar es no quirúrgico. El tratamiento no quirúrgico más eficaz es una combinación exhaustiva de fármacos antiinflamatorios orales, fisioterapia y acondicionamiento, e inyecciones epidurales de esteroides. Un número significativo de pacientes mejora tras el tratamiento no quirúrgico, aunque la mayoría de los estudios han constatado que los pacientes tratados quirúrgicamente tienen mejores resultados clínicos. Retrasar el tratamiento quirúrgico hasta después de un ensayo de tratamiento no quirúrgico no afecta al resultado. La intervención quirúrgica debe considerarse sólo si un programa integral de medidas no quirúrgicas no consigue mejorar la calidad de vida del paciente.