Uno de los cuatro principales problemas que afronto cuando entreno a oradores es el problema del discurso rápido. Si este problema le queda bien, podría reírse y encogerse de hombros como un pequeño problema molesto, pero tiene serias consecuencias para su comunicación. Las personas que hablan rápido tienden a murmurar más, a proyectar mal, a sonar monótonas y a ser tomadas menos en serio.
Ya sabes que decirte a ti mismo que vayas más despacio no funciona. Distrae demasiado y no es sostenible. Además, hablar rápido es un hábito. Se siente bien para ti. Obligarte a hablar más despacio te parece falso y antinatural. La clave para curar el habla rápida es reforzar las habilidades que inhiben naturalmente tu capacidad de hablar rápido.
La habilidad más importante que compite es la respiración. Cuando hablas rápido, es difícil respirar bien. Haces respiraciones rápidas y poco profundas e intentas que duren demasiado. Te sientes apurado y sin aliento. Aprende a hacer pausas frecuentes, cada 6-8 palabras, para reponer el aliento. Te sentirás relajado, sonarás deliberado y fuerte, y reducirás la velocidad sin siquiera pensarlo.
Soltar la mandíbula y abrir la boca ralentizará tu discurso de forma natural. Si eres un hablador rápido no puedes abrir mucho la boca. Eso hace que tu voz sea más pequeña y seas más propenso a murmurar. Cuando relajas la mandíbula inferior y cultivas una mayor apertura, verás que tu ritmo de habla se ralentiza automáticamente porque la mandíbula tarda en recorrer esa distancia adicional.
La resonancia vocálica es otra estrategia eficaz. Hablar rápido acorta los sonidos vocálicos, y como el sonido de tu voz se escucha principalmente en las vocales, tu voz se vuelve pequeña y superficial. Los oyentes tienen dificultades para entenderle. Alargando los sonidos vocálicos, empiezas a sentir y disfrutar del rico potencial de las vibraciones sonoras de tu cuerpo. Hay un incentivo natural para cultivar y prolongar esa sensación que automáticamente ralentiza tu ritmo.
No te ruborices y digas: «Lo sé, hablo demasiado rápido». Hablar rápido te roba claridad, autoridad y credibilidad. A la larga se convertirá en una desventaja personal y profesional. Tienes que empezar a cambiar el hábito ahora. Técnicas como la respiración, la relajación de la mandíbula y la resonancia realmente funcionan, pero llevan tiempo desarrollarlas y aplicarlas, así que empieza y haz la práctica necesaria.
Todos los oradores que admiras son deliberados y tienen el control, no se dejan arrastrar por los malos hábitos. Tú también puedes hablar así. Con un poco de aprendizaje y práctica constante puedes comunicarte de forma relajada y segura. Los oyentes te prestarán atención, tendrán en cuenta tu perspectiva y respetarán tu aportación. Tendrás presencia, credibilidad e influencia.