La bailarina Isadora Duncan muere en un accidente de coche

El 14 de septiembre de 1927, la bailarina Isadora Duncan muere estrangulada en Niza, Francia, cuando el enorme pañuelo de seda que llevaba se enreda en los tapacubos traseros de su coche abierto. («Las afectaciones», dijo Gertrude Stein al conocer la noticia de la muerte de Duncan, «pueden ser peligrosas»)

Isadora Duncan nació en 1877 en San Francisco y se trasladó a Europa para convertirse en bailarina cuando tenía poco más de 20 años. Siempre le había gustado bailar -en su adolescencia, trabajó como profesora de danza en la escuela de música de su madre-, pero Duncan no era una bailarina de formación clásica. Al contrario, era una bohemia de espíritu libre cuyos bailes eran improvisados y emotivos; estaban coreografiados, según ella, «para redescubrir los bellos y rítmicos movimientos del cuerpo humano». En contraste con los tutús cortos y las zapatillas rígidas que llevaban las bailarinas de ballet, Duncan solía bailar descalza, envuelta en togas y pañuelos vaporosos. El público femenino, en particular, la adoraba: En una época en la que el ballet clásico estaba cayendo en desgracia entre muchas personas sofisticadas (y en la que las propias bailarinas, escasamente vestidas, eran, en la mayoría de los casos, «patrocinadas» por ricos mecenas masculinos), las actuaciones de Duncan celebraban la independencia y la autoexpresión.

Duncan también llevaba una vida bohemia y excéntrica fuera del escenario: Era feminista y darwinista, defensora del amor libre y comunista. (Por ello, se le retiró la nacionalidad estadounidense a principios de los años 20.) Mientras tanto, su vida fue trágica, especialmente en lo que respecta a los automóviles: En 1913, sus dos hijos pequeños se ahogaron cuando el coche en el que viajaban se precipitó por un puente y cayó al Sena en París, y la propia Duncan resultó gravemente herida en accidentes de coche en 1913 y 1924.

El día de su muerte, Duncan iba de pasajera en un flamante deportivo descapotable que estaba aprendiendo a conducir. Cuando se reclinó en su asiento para disfrutar de la brisa marina, su enorme pañuelo rojo («que llevaba desde que se hizo comunista», informó un periódico) se metió en el hueco de la rueda trasera del lado del pasajero. La bufanda se enrolló en el eje, rodeó el cuello de Duncan y la arrastró fuera del coche hasta la calle adoquinada. Murió al instante.

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