La Virgen Sixtina es una de las obras más famosas de Rafael. El cuadro toma su nombre de la iglesia de San Sixto en Piacenza y Rafael lo pintó como retablo para esa iglesia en 1513-1514.
Los dos santos que aparecen en el cuadro, San Sixto y Santa Bárbara, son los santos patronos de la iglesia benedictina de San Sixto, de ahí su inclusión en la magnífica obra maestra de Rafael.
La obra fue adquirida en 1754 por el rey Augusto III de Sajonia para su colección en Dresde. En Alemania el cuadro fue muy influyente, suscitando el debate sobre las cuestiones de arte y religión.
La Virgen sostiene a su hijo mientras flota sobre una alfombra de nubes, flanqueada por San Sixto y Santa Bárbara. A los pies del cuadro hay dos ángeles (querubines) que contemplan con nostalgia.
Se ha especulado mucho sobre la tristeza, o incluso la expresión petrificada del rostro de la Virgen y del niño Jesús. ¿Por qué están tan afligidos y aterrorizados? ¿Por qué San Sixto nos señala desde el cuadro a nosotros, los espectadores?
La respuesta queda clara cuando consideramos la ubicación original de la obra. Colocada detrás de un biombo del coro, que ya no sobrevive, la Virgen de la Sixtina se habría enfrentado a un crucifijo pegado al biombo. Así que el misterio está resuelto, la Virgen y el niño Jesús contemplan la crucifixión.
Las expresiones de miedo son comprensibles, Jesús ve su propia muerte y su madre es testigo de la tortura y muerte de su hijo. Es a la escena de la crucifixión a la que también apunta San Sixto y no al espectador.
San Sixto señala fuera del cuadro la escena de la crucifixión.(¡Maravillosas manos pintadas por Rafael!)
Santa Bárbara es la única figura del grupo que lleva una expresión serena. Mira hacia abajo, hacia los querubines a sus pies.
Los querubines han adquirido un cierto estatus de celebridad por sí mismos, apareciendo en varias campañas publicitarias y adornando sellos, papel de regalo y tarjetas postales. Se cuenta que Rafael se basó en dos niños que vio mirando el escaparate de una panadería.
La expresión de preocupación de la Virgen es evidente en este detalle, así como el miedo en el rostro del niño Jesús.