Las micotoxinas y sus efectos sobre la salud

Efectos tóxicos

El consumo de alimentos o piensos que contienen micotoxinas puede inducir efectos adversos para la salud de los seres humanos o los animales. Con más de 100 especies, Aspergillus contiene varias que son capaces de producir micotoxinas, incluyendo las aflatoxinas, el ácido ciclopiazónico, la ocratoxina A y la esterigatocistina. Algunas especies de Aspergillus pueden producir citrinina, patulina y ácido penicilico, que también son producidos por especies de Penicillium. Las micotoxinas de Aspergillus de mayor implicación son las aflatoxinas, toxinas específicas de cada especie producidas por A. flavus, Aspergillus parasiticus y Aspergillus nominus, y la ocratoxina A, producida por Aspergillus ochraceus, Aspergillus carbonarius y Aspergillus niger (Matthews et al. 2017).

Las aflatoxinas se consideran las más tóxicas entre la gama de clases de micotoxinas, siendo las aflatoxinas B1, B2, G1 y G2 las que más preocupan. Las aflatoxinas M1 y M2 se producen a partir de las aflatoxinas B1 y B2, respectivamente, en los animales lactantes y, en consecuencia, se excretan en la leche. Las aflatoxinas presentan una toxicidad aguda y crónica en humanos y animales. Se han notificado varios brotes de aflatoxicosis aguda en bastantes países, aunque la toxicidad aguda se considera generalmente infrecuente en los seres humanos. Vómitos, dolor abdominal, ictericia, edema pulmonar, coma, convulsiones y muerte son algunos de los síntomas de la aflatoxicosis aguda en humanos. Las aflatoxinas son carcinógenos genotóxicos (que dañan el ADN). La exposición prolongada a las aflatoxinas se ha asociado a enfermedades hepáticas, como el cáncer, la cirrosis, la hepatitis y la ictericia. Las investigaciones han mostrado una correlación entre el consumo de aflatoxinas y la incidencia de cáncer de hígado primario en África Central y el Sudeste Asiático. Las aflatoxinas también tienen efectos inmunosupresores (Bennett y Kich 2003), lo cual es significativo porque la inmunosupresión puede aumentar la susceptibilidad a las enfermedades infecciosas al dificultar la producción de anticuerpos, principalmente en individuos y poblaciones con ingestión crónica de aflatoxinas. El síndrome de Reye, con síntomas de encefalopatía y degeneración visceral en los niños, se ha relacionado con la toxicidad por aflatoxinas (Marin et al. 2013). La ingesta de aflatoxinas puede causar enfermedades graves en los animales, especialmente cáncer de hígado, colon y riñones. En el ganado bovino, se observa una mala conversión alimenticia, un bajo aumento de peso y un bajo rendimiento lechero con una ingesta constante y de bajo nivel de aflatoxinas (Richard 2007). La ocratoxina A producida por A. ochraceus tiene efectos inmunosupresores, inmunotóxicos, genotóxicos, neurotóxicos, teratogénicos (reproductivos) y cancerígenos. Las investigaciones indican una fuerte correlación entre la nefropatía (enfermedad renal) y la exposición a la ocratoxina A en humanos y animales (Agriopoulou et al. 2020).

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Aspergillus flavus, un productor de aflatoxinas.
© Dr_ Microbe/Getty Images

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Aspergillus flavus, un productor de aflatoxinas.
© Dr_ Microbe/Getty Images

Entre las especies de Penicillium, más de 80 son productoras de toxinas documentadas. Las toxinas más importantes son la ocratoxina A, la citrinina, la patulina, el ácido ciclopiazónico, la citreoviridina, el penitrem A, la roquefortina y los ácidos secalónicos. Las micotoxinas de Penicillium que afectan a la función hepática o renal, por exposición aguda o crónica, suelen ser asintomáticas en humanos o animales. Las que afectan a la función del sistema nervioso (es decir, las neurotoxinas) se caracterizan por un temblor continuo en los animales. La ocratoxina A, que es soluble en lípidos, no se excreta de manera eficiente y puede acumularse en los animales de carne que consumen alimentos contaminados y, posteriormente, causar la exposición en los seres humanos que consumen la carne (Matthews et al. 2017). Se ha implicado que la ocratoxina A causa una enfermedad llamada «neuropatía endémica de los Balcanes», una enfermedad renal con alta mortalidad en los europeos del este que viven cerca de los afluentes del río Danubio (Pfohl-Leszkowicz y Manderville 2007).

La citrinina es una toxina renal significativa en todas las especies animales analizadas, causando degeneración renal con síntomas que incluyen diarrea acuosa, mayor consumo de agua y pérdida de peso. Evaluar la importancia de la citrinina para la salud humana ha sido un reto (Bennett y Kich 2003). La patulina provoca efectos neurotóxicos, inmunotóxicos, carcinogénicos, teratogénicos (defectos de nacimiento) y mutagénicos en cultivos celulares. Los efectos inmunotóxicos y neurotóxicos se observan en animales; sin embargo, la patulina no parece mostrar toxicidad crónica en los seres humanos (Bennett y Kich 2003). La citreoviridina es una neurotoxina en los seres humanos y en los animales, y provoca malestar cardíaco, dificultad para respirar, náuseas/vómitos, síntomas psicológicos (dolor, sufrimiento y agitación), parálisis y atrofia muscular (Bennett y Kich 2003).

Con más de 100 especies, Aspergillus contiene varias que son capaces de producir micotoxinas, incluyendo aflatoxinas, ácido ciclopiazónico, ocratoxina A y esterigmatocistina.

Las especies de Fusarium producen varios metabolitos tóxicos o biológicamente activos, denominados tricotecenos, que en altas concentraciones causan síntomas agudos como reacciones alérgicas, vómitos y diarrea en los seres humanos. Los tricotecenos también se asocian a la reducción del aumento de peso y a la disfunción inmunitaria en los animales (Wu et al. 2014). La zearalenona, cuya toxicidad en los seres humanos no se conoce del todo, provoca efectos uterotróficos (antirreproductivos) en animales como los cerdos (Agriopoulou et al. 2020). Las fumonisinas pueden tener efectos neurotóxicos en algunos animales. El Fusarium verticillioides se ha asociado con el cáncer de esófago en humanos (Bennett y Klich 2003).

Existen varios retos para evaluar la toxicidad de las micotoxinas en humanos. El nivel y la duración de la exposición es uno de ellos; otro es la dificultad de evaluar los efectos inmunosupresores en poblaciones inmunodeprimidas. Además, una micotoxina concreta puede modular la toxicidad de otra micotoxina presente en los alimentos, lo que supone otro reto más en la evaluación precisa de la micotoxicidad.

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