Neurotoxina

Efectos fisiológicos

Las neurotoxinas se absorben a través de la inhalación, la ingestión, el contacto con la piel o la inyección y pueden tener impactos inmediatos o duraderos al provocar el mal funcionamiento de las neuronas o al interrumpir la comunicación interneuronal. Por ejemplo, las palabras arrastradas o la mala coordinación debidas a los efectos tóxicos sobre las neuronas del consumo de alcohol son temporales, mientras que los daños cognitivos causados por la exposición al plomo son irreversibles. Algunas neurotoxinas son muy potentes y se han convertido en armas químicas. El agente nervioso sarín, por ejemplo, es un compuesto organofosforado que está clasificado como arma de destrucción masiva; el gas sarín puede matar a una persona en 10 minutos de exposición.

Obtenga una suscripción a Britannica Premium y acceda a contenido exclusivo. Suscríbase ahora

Los jóvenes y los ancianos son particularmente vulnerables a los productos químicos neurotóxicos. En los individuos de edad avanzada, la disminución de la función neuronal asociada al envejecimiento puede limitar la capacidad de hacer frente a los efectos de las neurotoxinas, especialmente en el caso de quienes tienen un metabolismo hepático comprometido o una función renal deteriorada, que son las principales vías de eliminación de toxinas del organismo. La exposición prenatal, postnatal y en la primera infancia a determinadas sustancias químicas puede provocar daños permanentes en el cerebro en desarrollo, causando déficits funcionales que se manifiestan inmediatamente o que surgen más adelante. Los estudios han demostrado que la placenta no puede impedir que muchas toxinas pasen de la madre al feto; además, las sustancias químicas pueden transferirse a través de la leche materna.

Ciertas sustancias químicas que se encuentran en el medio ambiente y en artículos domésticos comunes se han relacionado con problemas de comportamiento y cognitivos en los niños. A principios de la década de 2000, el aumento de la exposición a algunas de esas sustancias químicas durante el desarrollo del feto y de la primera infancia -como resultado del aumento general del uso de sustancias químicas en la producción de alimentos y en los productos de consumo- fue atribuido al fuerte aumento de trastornos como el autismo y el trastorno por déficit de atención/hiperactividad (TDAH) en los niños. Aunque los factores genéticos desempeñan un papel, neurotoxinas como el arsénico, el clorpirifos, el DDT (diclorodifeniltricloroetano), el alcohol etílico, el flúor, el plomo, los éteres difenílicos polibromados (PBDE), los bifenilos policlorados (PCB), el manganeso, el mercurio y el tolueno contribuyen en gran medida a la prevalencia de los trastornos neuroconductuales.

El impacto de algunas neurotoxinas, como el plomo y el alcohol etílico, está bien documentado. Desde la década de 1970 se sabe que el síndrome alcohólico fetal, caracterizado por daños cerebrales y retrasos en el desarrollo de los niños, se da en niños nacidos de madres alcohólicas. La preocupación por la contaminación por plomo se remonta a la antigua Roma, donde este metal maleable se utilizaba para revestir los acueductos. El autor romano e ingeniero civil Vitruvio señaló que «al fundir el plomo, los vapores que desprende… destruyen el vigor de la sangre»

En la era moderna, existe una gran preocupación por los efectos combinados de la exposición moderada e incluso de bajo nivel a múltiples neurotoxinas; sin embargo, se necesita más investigación para determinar la importancia fisiológica de dichas exposiciones. Además, se sospecha que otros miles de productos químicos tienen efectos neurotóxicos, aunque muchos de ellos siguen sin ser analizados.

Caroline Levine

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *