La nitroglicerina, formalmente trinitrato de 1,2,3-propanetriol, es un venerable explosivo y, en pequeñas dosis, un fármaco que salva vidas. Fue preparado por primera vez en 1846 por el químico Ascanio Sobrero en la Universidad de Turín, quien se mostró reacio a publicar su trabajo debido a la extrema explosividad del compuesto. Tras numerosos accidentes, la fabricación y distribución del líquido puro pronto se prohibió en muchas jurisdicciones.
Reconociendo la utilidad potencial de la nitroglicerina, el químico y empresario sueco Alfred Nobel trató de hacer una fórmula explosiva práctica que pudiera manejarse con razonable seguridad. En 1867, inventó la dinamita, una mezcla de nitroglicerina y sorbentes como la tierra de diatomeas. Pronto desarrolló métodos de fabricación de dinamita, obtuvo patentes en varios países y comercializó su producto. La riqueza que amasó le permitió establecer los premios epónimos en varios campos de actividad.
Poco después de descubrir la nitroglicerina, Sobrero y otros descubrieron que probar la sustancia provocaba intensos dolores de cabeza. (En aquella época, los químicos solían probar compuestos recién preparados, a veces con resultados desastrosos). Los dolores de cabeza sugirieron que la nitroglicerina es un vasodilatador; y a finales de la década de 1870, el médico y farmacólogo inglés William Murrell utilizó pequeñas dosis para aliviar la angina de pecho y la hipertensión.
Hoy, 140 años después, los pacientes cardíacos llevan consigo cápsulas o aerosoles de nitroglicerina diluida para tomarla por vía sublingual en caso de dolor en el pecho u otros síntomas coronarios. A pesar de la explosividad y de otras propiedades peligrosas de la nitroglicerina pura (véase la tabla de información sobre peligros), es aclamada como uno de los descubrimientos químicos más importantes.