Nacida en el siglo IV, Santa Mónica es reconocida como la patrona de las madres. Su fe y su dedicación a la maternidad desempeñaron un papel fundamental en la formación espiritual de uno de los filósofos más brillantes y santos más conocidos de todos los tiempos: San Agustín, su hijo.
Dedicada a la maternidad
Después de la muerte prematura de su marido, Santa Mónica dedicó su vida a la crianza de sus hijos. Como madre soltera de tres hijos, perseveró frente a muchas dificultades. Su mayor deseo era que sus hijos siguieran a Cristo. Aunque más tarde se le conoció como un ferviente hombre de Dios, San Agustín no llegó a ver fácilmente la verdad de Dios. De niño, resultó ser bastante difícil, causando mucho dolor a Mónica, y de joven adulto siguió sin interesarse por el cristianismo. Pero Santa Mónica nunca dejó de rezar por su alma eterna, a pesar de las circunstancias. En una ocasión particular, cuando discutía el asunto con un sacerdote, éste la instó a permanecer firme en sus oraciones, afirmando que «no era posible que el hijo de tantas lágrimas pereciera».