2 Informe de caso
Una paciente de 56 años fue evaluada por una historia de 3 semanas de dolor epigástrico postprandial. El dolor se irradiaba a la espalda, a veces con sudor frío. Estos síntomas comenzaron 2 horas después de tomar la comida, principalmente después de la cena, y continuaron durante 2-3 horas. No tenía antecedentes médicos apreciables y no tomaba ningún medicamento. No era fumadora y bebía una lata de cerveza casi todos los días de la semana. Había perdido 6 kg durante los 4 años anteriores, aunque explicó que la pérdida de peso se debía al estrés de su nueva carrera y no al dolor postprandial.
En la exploración, su altura era de 146,4 cm, su peso corporal de 42,9 kg, su IMC de 20,02 kg/m2, su presión arterial de 150/90 mmHg, su frecuencia cardíaca de 64 latidos por minuto y regular, su temperatura corporal de 36,1 °C y su frecuencia respiratoria de 18 respiraciones por minuto. No había signos de anemia o ictericia en su conjuntiva. Su abdomen era blando con una ligera sensibilidad alrededor de la zona subumbilical. En la auscultación cuidadosa se detectó un sutil soplo epigástrico. El resto de la exploración fue normal.
Sus estudios de laboratorio rutinarios eran todos normales. Un TAC simple de su abdomen no mostró ningún hallazgo particular excepto un quiste de ovario izquierdo. El ginecólogo realizó una ecografía transvaginal que no reveló ninguna relación entre este quiste y los síntomas.
Le aconsejamos que llevara un diario de alimentos después de las comidas y que registrara sus síntomas para examinar las posibles relaciones entre ellos. Como resultado, descubrimos que experimentó el mismo tipo de dolor epigástrico postprandial cuatro veces durante los siguientes quince días. Cada síntoma comenzaba entre 2 y 4 horas después de la cena o la comida y continuaba durante 2-4 horas. Comía varios tipos de alimentos, y no había alimentos o bebidas específicos (incluidos los alcohólicos) que se relacionaran con esos síntomas. Sospechamos que esos síntomas se debían a una enfermedad vascular mesentérica y no a alergias alimentarias.
Realizamos un TAC con contraste y sospechamos una estenosis en su origen de la arteria celíaca (Figura 1). Por lo tanto, consultamos a un radiólogo que realizó una angiografía para investigar el estado de su arteria celíaca en detalle. El resultado de la angiografía reveló una estenosis del origen de la arteria celíaca debido a que el ligamento mediano del arco se hundía en el tronco celíaco y provocaba una angulación hacia abajo. Los hallazgos adicionales incluían el llenado retrógrado del tronco celíaco desde la arteria mesentérica superior a través de una arcada pancreaticoduodenal bien desarrollada (Figura 2). En la angiografía se observó estasis de la arteria hepática debido a este llenado retrógrado. El rango de llenado retrógrado de la arteria celíaca se hizo más amplio durante la fase espiratoria que durante la fase inspiratoria, sugiriendo que la estenosis se hizo más severa durante la espiración. Estos hallazgos fueron compatibles con el síndrome de compresión de la arteria celíaca.
Le explicamos el mecanismo de este síndrome y le presentamos la opción del tratamiento quirúrgico, pero ella se negó. Por tanto, iniciamos un tratamiento conservador para controlar la progresión de los síntomas. A través de su diario descubrió que tomar menos alimentos en la cena y aumentar el número de comidas disminuía la gravedad de los síntomas postprandiales. Dos meses más tarde, recuperó su peso anterior, hasta unos 45 kg, y desde entonces no ha vuelto a presentar síntomas.